Y se olvidaron las flores, se olvidaron las cartas, las
sonrisas y las llamadas, las visitas improvistas llenas de alegrías y miradas, se acabaron para asegurarnos que
nunca volverían a cernir el cielo de sus azules vibrantes y sus rosas
destellos. Nos acabamos lentamente en este mar de culpas y sollozos, entre las
angustias vividas, entre familias, madres y fantasías no cumplidas. Entre las
limitantes de tu ego y mi orgullo entre las limitantes que automáticamente
gobernaban tus pensamientos, y los fantasmas
que aquejaban tu sueño e invadían mis ilusiones, sólo se mofaban de nuestros
reencuentros.
Es una lástima terminar y darte cuenta que nunca dejas de
conocer por completo a nadie, que sus manías más bajas pueden salir a flor de
piel cualquier día, cualquier noche y sin pensarlo se apoderan de la vida, de
tu vida, víctima de tus más bajos miedos, presa de los supuestos.
Cambiamos, y creímos haber madurado, vimos el mundo desde
nuestros ojos plagados de orgullo. Nos sentimos invencibles y olvidamos las partes
más sencillas, más amables, más amables...
Dejé de cantar, dejé de gritar, me cansé de esperar, nunca
cambiarás, eso es una constante así como mi carácter. Y ahora te escudas en tu
cobardía, lo nuestro terminó como haciendo un simil de nuestros últimos días,
en algo menos que una llamada, solo para descubrir tu poca hombría.
Es una lástima, una lástima que vociferes acerca de mi
egoísmo, que te quejes de mi nula comprensión... comprensión... eres un niño
queriendo jugar juegos de adultos. ¿No lo ves? ¿No lo entiendes? Y tal vez
tenías razón no te amo como tu lo haces, mi corazón se fue marchitando poco a
poco, poco a poco fueron muriendo mis ilusiones así como la luz en mis ojos
cuando te veía, te veía...
Me faltan las ganas, las charlas, las miradas, las
intenciones que te hacían hombre. Ahora solo eres una sombra en el umbral de tu
recuerdo. Esa sombra ese hombre que creí seguiría creciendo no para estancarse
si no para volar alto muy alto y junto a mí.
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